¿Te perdiste?

29 de mayo de 2010

Atilio y Grisel

Tiemblan los durmientes de las vías, congelados por el rocío de la noche anterior, alterados por el traqueteo del tren en marcha. La ciudad comienza a desperezarse en interminables bocinazos y el hormigueo de habitantes reactiva su sistema nervioso.
A la hora en que los insomnes perciben que definitivamente no han conseguido el sueño, cuando el sol ilumina el cielo desde abajo y los habitantes de la noche regresan perezosos a sus moradas, Atilio comienza su día. Para ir al trabajo no necesita más que un instrumento, una gorra y mucho abrigo.
Grisel, la guitarra más fiel, lo acompaña a subirse al tren. Grisel tiene muchos años -no se sabe cuántos, porque las damas no revelan su edad- pero se sabe que Atilio la heredó bautizada, de manos de su abuelo, cuando cumplía 12 años, en un día de lluvia torrencial. Recuerda haberla manoseado por primera vez sin saber nada de música. Simplemente se dejó llevar por el aura que emanaba esa rústica y vieja madera. Sus falanges se movían al compás del golpeteo pluvial en la ventana. No pudo sacar ni una nota, eso está más que claro. Todos sabemos que nadie nace sabiendo.
Con el tiempo, sin embargo, Grisel le fue enseñando cómo mover las manos, cómo pararse, cómo cantar. Después de todo, era una chica con experiencia.
Pero esta no es la historia de Grisel, sino la historia de cómo Grisel toca a Atilio. Porque sabemos bien, que Grisel no puede ser una guitarra común. Si fuera así, empezaríamos leyendo "Grisel, la guitarra más banal, es arrastrada por la fuerza a subirse al tren". Pero no es así.
"El instrumento es el instrumentador", dirían los que tienen ese afán de complicar las cosas. Nosotros, sin embargo, lo decimos más fácil: lo contamos.
Al subir al ferrocarril San Martín en José C. Paz, Atilio desenfunda su arte y la aprieta con fuerza contra el pecho. Grisel se acomoda a disgusto, entre el suéter y el brazo de su compañero, y comienza a llorar. Llora hasta sus últimos jugos. Relata la historia de un amor entre su tocaya y un tal Contursi. Los trastes, antes fríos, ahora coléricos, mueven a los dedos de un lado para el otro. Las yemas, como imantadas, se desplazan sobre la trastera con tosquedad y prepotencia. Prontamente, Grisel se acomoda, y en la posición que le place, dirige las manos de Atilio con armonía.
Ahora está pintarrajeando la Cumparsita. "Este tema es más para un bandoneón" piensa Atilio, y sus pensamientos se transmiten, por vía de sus manos, a Grisel. De esos pensamientos es que el ego de Grisel se dispara. "Bandoneón de acá", declara Grisel, y arremete con toda su furia contra los dedos de su acompañante. Los acordes que se tocan solos, las cuerdas que nadie golpea, y Grisel se roba el espectáculo. A ojos de un humilde pasajero, no es más que un hombre tocando la guitarra. A ojos de un niño, la guitarra se toca sola. A ojos de un vagabundo, es probable que no registre ni al guitarrista ni al instrumento. Pero ningún par de ojos le importa a Grisel, que se mueve en un frenesí, acompañando el compás que marca Atilio con sus Puma agujereadas contra el piso del vagón. La Cumparsita corta de repente y los que levantan la cabeza de la ventanilla son señal de que algo mágico pasa al frente.
Absorbido por el ritmo, Atilio comienza a tocar "Tomo y obligo" sin pensarlo. A Grisel no le gusta esta canción. Por supuesto, es que Grisel es guapa y se la banca, pero sigue siendo una mujer. Aún así, es preferible escuchar este tango en boca de Atilio y en cuerdas de Grisel, antes que en cualquier otra parte. Es una función extraordinaria. Todas las piezas musicales indicadas en el lugar indicado. Para paladares exigentes y exquisitos. Grisel, tocando a desgano, pone en movimiento hasta el último ápice de la anatomía de Atilio. Y es que cuando la muchacha se enfada, la suple el hombre, con habilidad y coraje. Más con coraje que habilidad, claro está. Por suerte es una canción corta, y Grisel vuelve para el cierre.
La canción de despedida es Volver. El zorzal criollo llora de emoción al oir a la pareja, casi como hipnotizados, abrazándose con fuerza, mientras Atilio la hace gemir de goce. El éxtasis podría extraerse de sus venas como del mar la sal, y de la vida el amor. Ahora Grisel retoma su protagonismo, y pone a Atilio, por decirlo de alguna manera, contra las cuerdas. Se mueve con velocidad y precisión, valiéndose de la mano encantada de un Atilio expectante para hacer sonar los versos más perfectos. En la boca de ambos, el coro se hace eterno, y se derrite como un hielo entre sus labios. Cierra con gloria la canción y los pasajeros rompen el silencio con aplausos. Grisel le dice a Atilio que pase la gorra, juntan unos pesos y se cambian de vagón.
El músico exhala una nube de aliento cálido, y camina pateando el aire, mientras mastica su vida, emite una frase, sin que nadie lo escuche -nadie salvo ella-: "Volver a empezar, Grisel".

4 comentarios:

Peralta dijo...

Qué hermoso es esto, la puta madre

Luu dijo...

Está muy bueno :) en serio te lo digo, aunque ya te lo dije antes

una admiradora añosa dijo...

Simplemente genial!!!
estás en el camino que te propusiste: escritor, y muy bien encaminado!!!

Julia Bloch dijo...

Q bonitura :D